El morrón —también conocido como pimiento— es una de esas plantas que llenan la huerta de color.
Sus frutos rojos, verdes o amarillos no solo son un placer para la vista, sino también un ingrediente infaltable en la cocina de todos los días.
Cultivarlo en casa es una experiencia deliciosa. El morrón necesita sol, cuidados regulares y algo de paciencia, pero la recompensa llega con cada fruto firme y brillante que cosechás con tus propias manos.
Además, su perfume suave y sus flores blancas hacen que cada planta sea un pequeño espectáculo natural.
El morrón es una planta de clima cálido: necesita mucho sol y temperaturas entre 20 y 30 °C para crecer bien.
No tolera las heladas, por lo que conviene sembrarlo al final del invierno bajo techo o en almácigo, y trasplantarlo cuando ya no haya riesgo de frío.
Cuanto más luz reciba, mejor desarrollo y más frutos.
Podés iniciar la siembra desde fines del invierno hasta comienzos del verano.
Las semillas germinan en 10–15 días, y el trasplante se hace cuando las plantas tienen 15 cm de altura y 5–6 hojas verdaderas.
Dejá 40–50 cm entre plantas y 60–70 cm entre hileras para una buena ventilación.
El morrón prefiere un suelo fértil, suelto y con buen drenaje.
Antes de sembrar, incorporá compost o humus de lombriz, y durante el crecimiento, reforzá con abonos naturales ricos en potasio y fósforo (como cáscara de banana o té de compost).
Evitá el exceso de nitrógeno, que genera muchas hojas pero pocos frutos.
Mantené un riego regular y constante, sin encharcar. El suelo debe permanecer húmedo, especialmente durante la floración y la formación de frutos.
El acolchado vegetal ayuda a conservar la humedad y controlar malezas.
También podés entutorar las plantas si están cargadas de frutos, para evitar que se doblen o rompan.
Las plagas más comunes son pulgones, arañuelas y trips.
Revisá las hojas con frecuencia y aplicá jabón potásico o extracto de neem si aparecen.
Plantar albahaca, tagetes o caléndula cerca ayuda a repeler insectos naturalmente.
Los morrones pueden cosecharse verdes o completamente maduros (rojos, amarillos o naranjas según la variedad).
Cuanto más tiempo permanezcan en la planta, más dulces y coloridos serán.
Cortalos con tijera dejando un pedacito de cabito y disfrutá su sabor fresco o asado, en ensaladas, guisos o conservas.
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