La coliflor, perteneciente a la gran familia de las Brassicáceas, comparte linaje con el brócoli, el repollo y la rúcula. En la huerta, destaca por su porte robusto, sus hojas anchas y ese corazón blanco que se convierte en una verdadera joya de la cocina.
Cultivarla en casa es una experiencia gratificante. Requiere un poco de espacio, algo de atención y un suelo rico, pero el resultado vale la pena.
Observar cómo se forma su inflorescencia compacta —la parte que comemos— es casi mágico. Además, su sabor suave y versátil combina perfecto con todo: al vapor, gratinada, al horno o como más te guste.
La coliflor prefiere temperaturas templadas y no se lleva bien con los extremos.
Crece mejor entre 15 °C y 22 °C, por eso es un cultivo ideal de otoño, invierno o primavera temprana, según tu región.
Necesita buena luz solar, al menos 5–6 horas por día.
Podés iniciar la siembra en almácigos o bandejas, y trasplantar cuando las plántulas tengan unas 4 a 6 hojas verdaderas y midan alrededor de 10 cm.
Dejá 40–50 cm entre plantas y 60–70 cm entre hileras para que tengan espacio suficiente para expandirse.
La coliflor necesita un suelo fértil, profundo y con buena retención de humedad, pero sin encharcarse.
Antes de plantar, incorporá compost maduro o humus de lombriz, y durante el crecimiento reforzá con fertilizantes naturales ricos en nitrógeno, como purín de ortiga o té de compost.
Mantené el suelo siempre húmedo y fresco, especialmente mientras se desarrolla la cabeza.
Un acolchado vegetal (paja, hojas secas o pasto) ayuda a conservar la humedad y regular la temperatura.
Cuando la cabeza blanca empiece a formarse, podés doblar algunas hojas sobre ella para protegerla del sol y mantener su color claro y tierno.
Las Brassicáceas suelen atraer orugas, pulgones y mosca blanca.
Revisá el envés de las hojas y controlá de forma natural con jabón potásico o extracto de ajo.
Asociarla con caléndula, romero o menta ayuda a repeler insectos.
La coliflor se cosecha cuando la cabeza está compacta, firme y de color blanco o crema, antes de que empiece a abrirse.
Cortalá con un cuchillo dejando algunas hojas externas para protegerla.
Podés conservarla en la heladera por varios días o blanquearla y congelarla para usarla más adelante.
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