Las calabazas o zapallos son una de las reinas indiscutidas del huerto. Sus enredaderas fuertes, sus flores amarillas y sus frutos de mil formas y tamaños la convierten en un cultivo que transmite vida y abundancia.
Sembrarla en casa es apostar por un clásico de la temporada. La calabaza necesita espacio (¡mucho espacio!), sol y paciencia, pero a cambio te regala una cosecha generosa, ideal para sopas, purés, panes o lo que tu imaginación cocine.
Además, sus semillas y flores también son comestibles, ¡nada se desperdicia!
Ver cómo la planta se extiende y florece es una de esas pequeñas alegrías que solo la huerta puede dar.
La calabaza es un cultivo de clima cálido, amante del sol y las temperaturas estables. No tolera las heladas, así que se siembra cuando el suelo ya está templado, normalmente desde mediados de la primavera hasta principios del verano.
Podés sembrarla directamente en la tierra o en almácigos, aunque germina mejor en suelos cálidos (mínimo 20 °C).
Colocá 2 o 3 semillas por hoyo, a unos 2 cm de profundidad. Cuando las plantas tengan unas 4 hojas verdaderas, dejá solo la más fuerte.
Si vas a sembrar varias, dejá 1 metro entre plantas y 1,5–2 metros entre hileras: sus ramas se expanden mucho.
El zapallo necesita un suelo suelto, fértil y profundo, rico en materia orgánica.
Antes de sembrar, incorporá compost o estiércol bien descompuesto. Durante el crecimiento, podés reforzar con té de compost o humus líquido cada 15–20 días.
Requiere riego regular y abundante, especialmente en floración y fructificación. Evitá mojar las hojas para reducir el riesgo de hongos.
Un acolchado vegetal ayuda a conservar la humedad y mantener la temperatura del suelo.
La calabaza produce flores masculinas y femeninas. Si notás que las primeras flores se caen, no te preocupes: suelen ser las masculinas.
Las femeninas, que tienen una pequeña calabacita en la base, necesitan polinización (natural o manual) para formar frutos.
Sus principales enemigos son pulgones, oídio (hongo blanco en las hojas) y caracoles jóvenes. Controlá naturalmente con jabón potásico, purín de ortiga o extracto de ajo.
Mantener buena ventilación entre plantas es clave para evitar hongos.
Las calabazas se cosechan cuando el tallo que las une a la planta se seca parcialmente y la cáscara se endurece.
Cortalas con tijera dejando un trozo de pedúnculo para conservarlas mejor.
Guardalas en un lugar seco, ventilado y sombreado, donde pueden durar varios meses.
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